Para los jóvenes que ya están pensando en el matrimonio y para los que están iniciando su vida conyugal, y a los papás de esos jóvenes, aquí les dejo algunas ideas para reflexionar sobre el tema.
El padre Urteaga (1986) al inicio de su libro dice, "no olvides que Dios puede hacer que le nazcan hijos hasta de las piedras, y a pesar de todo sigue queriendo que seas tú el colaborador". Cuando pensamos en un hijo como una carga, y que por tanto hay que evitarlo o posponer su concepción sin más justificación que los factores económicos y materiales, estamos de alguna manera rechazando nuestra vocación a ser padres y dando como respuesta un "no" al llamado que Dios para colaborar en la obra de la creación.
A los jóvenes hay que hacerles notar que los fines del matrimonio son el amor y la ayuda mutua, la procreación y la educación de los hijos. Que por ello cuando se piensa en el matrimonio, se debe pensar como un compromiso serio, que implica entonces buscar el bien de aquella persona con la que se ha decidido unir mediante un pacto de amor tal "que ya no son dos sino una sola carne".
El amor conyugal se ve coronado de manera natural con el fruto de los hijos. Sin embargo, hoy en día son muy pocos los que hablan de que hay que tener hijos. Y son muchas parejas las que desde antes de casarse, están más preocupados por encontrar los métodos más eficaces para evitar el embarazo, incluso hay quienes buscan libros que hablen de los procedimientos para no tener hijos "sin pecar".
Mucho ha sido la falta de preparación para el matrimonio. Hemos permitido que nuestros hijos sean parte de la cultura de "la familia pequeña vive mejor", "pocos hijos para darles mucho", "es mejor calidad que cantidad" y tantos slogans que solamente son producto del materialismo, el individualismo, el egoísmo, y muchos otros ismos que tanto daño han hecho a la persona, a la familia y a la sociedad de nuestros tiempos.
"Por su naturaleza misma, la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole y con ellas son coronados como su culminación" (GS 48,1):
Muchos de los que apoyan a los matrimonios que no quieren tener hijos sin más justificación que el egoísmo, también apoyan a aquellos que tienen hijos fuera del matrimonio. Una gran contradicción, porque su único objetivo es el deterioro del matrimonio y la familia, que en gran medida han logrado.«Los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de sus mismos padres. El mismo Dios, que dijo: "No es bueno que el hombre esté solo (Gn 2,18), y que hizo desde el principio al hombre, varón y mujer" (Mt19,4), queriendo comunicarle cierta participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: "Creced y multiplicaos" (Gn 1,28). De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema de vida familiar que de él procede, sin dejar posponer los otros fines del matrimonio, tienden a que los esposos estén dispuestos con fortaleza de ánimo a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos aumenta y enriquece su propia familia cada día más» (GS 50,1).
Por ello es importante considerar en nuestra reflexión, que la persona como individuo, la sociedad, el Estado y la Iglesia misma, para su existencia dependen de que los matrimonios estén firmemente unidos en el amor y sean fecundos, y como consecuencia se tengan familias sólidamente unidas en valores trascendentes.
De otra manera, seguiremos propiciando que las jóvenes parejas quieran gozar de la vida en pareja, incluso que quieran gozar de la vida matrimonial sin las cargas que lleva consigo, y con ello seguir alimentando el egoísmo, aveces vestido de ropajes cristianos.
Hoy vemos que la descomposición social ha llegado a extremos en los que lo que prevalece es la violencia, la inseguridad, la corrupción, el mal gobierno, la falta de compromiso ciudadano, el crimen organizado y más, que son finalmente producto de la falta de matrimonios sólidos y familias unidas capaces de formar ciudadanos responsables y comprometidos con la paz y la justicia.
La mejor herencia que podemos dejar para la sociedad futura son nuestros hijos, el regalo precioso que Dios nos da.