La decisión de unirse en matrimonio es de una enorme trascendencia en nuestra vida. En nuestra etapa de adolescente y en nuestra juventud tenemos muchas ilusiones y muchas expectativas en relación a la mujer de nuestros sueños. Pensando en que la vida en pareja será miel sobre hojuelas. Pero a partir de que nos casamos, esa visión de las cosas cambia, porque nuestros estilos de vida dan un giro que nunca nos imaginamos.
Durante el noviazgo no es posible dimensionar el cambio tan radical que se dará en la vida de esposos, porque solamente se comparte una fracción de nuestro tiempo y de nuestro espacio con nuestra pareja. Al momento de consumarse el matrimonio, el hombre y la mujer comparten todo, hacen común su proyecto de vida, y es ahí donde empiezan los problemas. Porque las decisiones que tomaba sin consultarle a nadie, ahora de manera inevitable tendré que consultarlas con mi cónyuge, si no quiero tener complicaciones. Y en esto se incluyen hasta las cosas de la menor importancia, como por ejemplo el lugar en el que voy a poner mi computadora para hacer el trabajo.
Esto no quiere decir que pierda mi libertad, porque la decisión de casarme la tome libremente, y con ello estoy asumiendo las consecuencias. Ni tampoco quiere decir que no pueda tomar decisiones sin consultar o por lo menos comentarlo con mi esposa. Pero también cuando actúe de esta manera debo asumir las consecuencias.
Lo más difícil en la vida matrimonial, por lo menos en mi experiencia, es en lo relativo a las creencias y costumbres. Durante el noviazgo, con el propósito de conquistar al ser amado somos capaces de renunciar a muchas cosas, que cuando estamos casados ya no es tan fácil de asumir.
Y me refiero a cosas tan intrascendentes como dejar la ropa sucia en su lugar, avisar que voy a llegar tarde, asistir a la fiesta de un pariente de mi cónyuge que no me simpatiza, o cualquier otra cosa que no tiene la mayor importancia. En el caso de las creencias se pueden tener complicaciones más difíciles de resolver, por ejemplo cuando no se profesa la misma religión, o cuando se tienen criterios diferentes sobre el número de hijos, la forma de educarlos, entre otras.
Mantener la unidad del matrimonio requiere de mucho esfuerzo y constancia, pero sobre todo de disposición para poner nuestras vidas en las manos del Creador. En los tiempos actuales se ha perdido la visión trascendente de la vida y el matrimonio, como la tenían nuestros padres y nuestros abuelos
Por ello creo que vale la pena que en las familias reflexiones con lo hijos sobre este tema tan importante para el mundo y la sociedad actuales. La violencia, la corrupción, los malos gobiernos, la baja calidad de la instrucción escolar, la inseguridad, y la crisis de valores en general, son el producto de la descomposición social que empieza con la falta de solidez en los matrimonios y la desintegración de la familia.
Para construir una sociedad, más unida, más solidaria, más humana y con una cultura que transmita una visión trascendente de la vida, se requiere de matrimonios fuertes, de parejas dispuestas a luchar por mantener la unión sacramental y con mucha disposición y valentía para afrontar positivamente el reto de educar cristianamente a nuestros hijos.
Este es un reto que tenemos que afrontar con esperanza para ser familia hoy.
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